Ya no creo controversial la idea de que el artista, sea en la rama del arte que sea, realiza una serie de afirmaciones tácitas cuando da a conocer su obra. La primera es: "esto hacía falta en el mundo".
Por supuesto que indagando en los motivos que apoyan a la opinión del autor acerca de la necesidad de dar a luz esa obra y no otra podemos hallar una multiplicidad de alternativas; desde las más ególatras hasta las más filantrópicas, pasando por una plétora de matices.
La primera respuesta y la más tonta y despectiva para con la inteligencia es "no sé si hacía falta". Digo que es un insulto a la inteligencia porque no sólo es una mentira, sino que es falsa modestia. Usted me está vendiendo algo, por lo tanto, le ha atribuido un valor; por lo tanto, cree que a alguien, por algún motivo, le hacía falta.
Está, quién no lo sabe, todo el sabroso problema de la amistad y los condicionamientos de la opinión.
Estrictamente, yo también al escribir este pequeño artículo acerca del libro de una escritora desconocida, realizo ciertas afirmaciones tácitas. Pero mi intención no es la promoción de la autora ni la crítica destructiva, sino que persigo la verdad. ¡Sí, señores! En un tiempo en el que esa afirmación debe ser matizada fatalmente yo la digo sin dudarlo: persigo la verdad y punto.
Otra respuesta es que la nueva obra era necesaria porque el artista, el escritor, necesitaba expresar ideas y sentimientos personales utilizando la forma artística elegida. Bien. Eso al menos es más sincero. Pero termina por revelar un afán enteramente autosatisfactorio. ¿Por qué debería yo presenciar (el resultado de) tal ritual masturbatorio y todavía pagando por ello?
Luego está todo el espectro de matices hasta llegar a la filantropía absoluta: "alguien tenía que decirlo para generar conciencia sobre el tema e impulsar un cambio". Entonces, el artista ha venido a salvarnos. ¡Gracias artista! Te queremos aunque nadie lo diga.
Es evidente también, y no es menor, que habrá gente que sólo buscará entretener, vender, y que es la primera en degradar su propia obra. Es malo ser pretencioso, pero también lo es desperdiciar los medios del arte para hacer una basura intrascendente.
Desde estos supuestos, es claro que no soy un lector fácil. Lo reconozco.
Las obras de arte al nacer, como los seres humanos y el resto de las especies, se integran inmediatamente a un ecosistema. En el arte, se llama "historia de la cultura", "historia del arte", "cultura" a secas y, como signo, la obra pasa a formar parte también de un "aquí y ahora" con el que interactúa; afirma una función del arte: entretiene, educa, ayuda a sobrellevar problemas, critica, adula, excita, propone acertijos y reflexiones acerca de la realidad.
Si necesitamos que nos entretengan, somos unos insconscientes de la oferta cultural disponible. Hay mucho para leer. Pero mucho mucho.
Si necesitamos que nos eduquen a través de una obra artística, le damos el lugar de educador a su autor, con todos los riesgos que esto conlleva. Sobre todo, si elegimos mal la obra.
Si queremos que nos ayude con nuestros problemas, estamos muy muy mal. Necesitamos apelar a lo que sea; hay desesperación e inseguridad ahí. Usted necesitaba un terapeuta pero le sale más barato un libro.
Si buscamos crítica o adulación es porque buscamos afirmaciones de nuestro punto de vista para sentirmos más cómodos en un mundo que tiene la forma que queremos.
Si buscamos escitarnos es porque la realidad se ha quedado corta con los estímulos, nos decepciona y nos aburre.
Lo mismo con los acertijos y las reflexiones. Es más importante saber hablar de los laberintos borgeanos frente a un grupo de intelectuales de los que queremos respeto o sexo, que obtener algún tipo de conclusión útil en relación a Borges, que por lo demás, poco nos necesita.
La competencia por el tiempo del espectador
Como si se tratara de un concurso en el que los participantes necesitaran de la atención del jurado para vivir -nada más ni nada menos- las obras artísticas (y a través de ellas sus autores) compiten por ser vistas y oídas en un escenario finito, que es el tiempo del espectador.
Eso tiene importantes consecuencias.
Una de ellas es que cuando un artista da a conocer su obra, en ese mismo instante, va a competir con otros artistas por el tiempo de los espectadores. Esto puede no ser demasiado significativo cuando hablamos de un cuadro, de una canción o de una película de longitud promedio. Pero cuando se trata de una novela o un libro de cuentos, es evidente que hay una inversión de tiempo por parte del espectador. El lector deja de leer a Cervantes para leer a Quiroga, y luego, deja a Quiroga para leer a alguien más. El tiempo que podría haber destinado a los clásicos, tiempo muy valioso porque no es otra cosa que tiempo de vida, ha sido invertido por alguna razón misteriosa en Pouso.
Y yo no rechazo a los clásicos. A diferencia de lo que otros piensan, los considero sobrevivientes del paso del tiempo y no simplemente el resultado de una clasificación ideológica. Y su supervivencia misma ha confirmado la calidad.
Es decir que la autora de Lúser no sólo invirtió su tiempo de vida en la escritura del libro sino que pide nuestro tiempo de vida/lectura diciendo, tácitamente, "vale la pena" y "vale la pena dejar de leer a Cervantes, Góngora, Shakespeare, Cortázar, Borges, Rulfo, Onetti, Quiroga (la lista podría extenderse un poquito más)..."
(Tengo en mi biblioteca las obras completas de Henrik Ibsen y no he llegado a leer todavía ni la mitad, y voy a dejarlo a un lado por Pouso...)*
Lectura
Está frente a mí un ejemplar de Lúser de Cecilia Pouso que aún no he abierto. Me pregunto por qué la autora habrá creído necesaria la publicación de este libro. Bajo esta premisa, procedo a leerlo.
Me gusta la edición, es sencilla, bonita y barata. Con trescientos pesos uno se compra escasamente un chorizo al pan y una coca en un carrito. Fue lo que me cobraron en Puro Verso. La editorial es "Factor 30" que es una editorial independiente. ¡Feliz Día de la Independencia! No sé por qué habría de importarme. Supongo que me están pidiendo piedad en la lectura. La presentación resulta simpática, con una mezcla curiosa de anaranjado, blanco y negro, y una hoja caduca con una silueta recortada. Esperemos a leer para entenderla. Lo mismo vale para el título.
(Nota poslectura: la hoja es una metáfora; el título no tiene explicación y mucho menos que sea una castellanización de un término en inglés. "Perdedor" tampoco sería relevante...)
El prólogo es breve y eso ya es una virtud. Me preocupa un poco su reiterada mención del absurdo porque nunca creí que eso existiera. Todo en el mundo tiene explicación. Que no la sepamos no significa que no la haya. Y a decir verdad, muchas personas convirtieron (y convierten) al absurdo en coartada para escribir mal. El absurdo, el concepto de absurdo, es una tontería. Basta pensar un par de segundos para descubrirlo.
Me preocupa también la última oración del prólogo, porque me expropia todo derecho a decepcionarme:
Como lectora que prologa, creo que quien busque aquí la unidad deberá resignarse a crear su propia ficción, construir su propia verdad.
Gracias, querida. Entonces si el libro no me gusta es por puro vago; no quise crear ni construir por mi cuenta "mi propia ficción", es decir, la ficción que no creó ni construyó para mí la autora. Esto me suena a que la prologuista está jugando sucio; como si estuviera justificando el libro que una buena amiga le pidió que prologara pero a decir verdad no le gustó.
Esto es moneda corriente en esta clase de publicaciones. Di NO a prologar libros de amigos.
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Oh, no. Acabo de leer los tres primeros capítulos y mis temores se confirman: no hay argumento, los personajes son esbozos, no es una novela, es trabajo sin terminar. Situaciones, nombres y vínculos desfilan demandando agresivamente la colaboración del lector, que de importarle, ya tuvo que echar mano a un lapicito y armarse un croquis.
En la página 20 (en 95), noto horrorizado que no crea interés alguno:
En definitiva, lo que hacemos es jugar un poco, jugamos a ser raíces que tarde o temprano un bruto va a cortar de copa, de rama, o de flor.
Y no lo crea porque el viaje es más existencial y reflexivo que narrativo. No miento: no hay argumento. Es un collage vago.
Página 25:
La pensión estaba bien ubicada, pero en muy mal estado.
Repare el lector en la diferencia entre describir algo y proporcionar una conclusión sobre la apariencia de algo sin describirlo. Realizo la descripción que se me ocurre ahora acerca de la pensión bien ubicada pero en muy mal estado:
Los cuartos de la casona bostezaban con sus desdentadas fauces sobre la avenida principal y los transeúntes pasaban por la vereda hacia sus trabajos como autómatas. Era bello ver por los ventanales los edificios de la ciudad, que latía en las llamaradas eléctricas de los tubos de las oficinas circundantes. Y a pesar de estar allí, tan cerca del mundo, la pensión parecía como en el fondo de un sueño; las paredes ennegrecidas, los techos con colgajos de telarañas, los muebles tapados por años de polvo; todo aquello gritaba "desidia" y "ataúd".
Es curiosa la habilidad de Pouso para evitar la construcción del interés. Leamos este fragmento de algo que escribe uno de sus personajes como una confesión de la propia autora:
Lo mío es mucho menos pretencioso y, sobre todo, no le va a importar a mucha gente. En realidad, creo que escribo para mí.
Y entiendo que puede ser una virtud la falta de pretensiones. Pero si das al público un libro deberías tener un mínimo de consideración con ese público. Decir algo siempre implica decirlo para alguien. No tenerlo en cuenta es una falta de respeto.
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El nominalismo y la lista de personas conocidas con todos sus criterios de clasificación es parte de un mismo árbol de raíces al aire en lucha por significarse.