Pocas ideas me resultan tan intrigantes como la de un objeto imaginario al que podría llamar "supermicroscopio".
No existe un supermicroscopio, al menos no tan potente, tan súper, como este supermicroscopio del que te hablo. Es que no exagero, este supermicroscopio es tan increíblemente poderoso que de hecho su capacidad de aumento es infinita.
Miremos a esta mosca que me ha venido a visitar y que he dormido amablemente de un manotazo. Dormido para siempre. Ahora hagamos foco en una de sus pequeñas patas. Continuemos hasta lograr ver un pelo. Con el alcance de nuestro supermicroscopio es fácil notar que la superficie de este pelo no es lisa, sino que, muy por el contrario, posee una textura rugosa que, ahora que aumento la imagen, parece una secuencia estática de verdaderas olas de petróleo.
Sigo mirando y ahí está el tejido y, conectadas como en una rejilla, millones de celdillas que son, supongo, células. Pero mirando mejor, vemos que a su vez estas estructuras están hechas de elementos químicos entretejidos de maneras muy complejas.
Oh, veo los átomos. Oh, las nubes de electrones y el enorme vacío de la distancia hacia el núcleo. La recorremos en un átomo que he elegido al azar. Entro en el núcleo, veo los protones y los neutrones. Más adentro hay una serie de partículas subatómicas que no logro identificar. Se mueven rápido. Deben ser quarks...
Más y más profundamente me sumerjo en un mar de filamentos de energía. Pero los filamentos de energía no son lisos, sino que se desgranan en una infinidad de puntos luminosos. Son cuerdas circulares en vibración.
Sigo penetrando en la materia y encuentro que la energía de las estructuras tampoco es del todo regular, sino que está hecha de algo más...
Por supuesto que aquí lo infinito es el alcance de mi supermicroscopio no mi imaginación. Entonces, debo detenerme porque no puedo imaginar más. Lo que no significa que no se pudieran ver muchas más cosas con más imaginación.
Si sólo dependiera del instrumento el ver más cosas para siempre, significaría que existe algo que podríamos llamar "infinito hacia adentro". En todas partes, en un número infinito de posiciones, el universo sería una colección infinita de infinitos. Nuestra razón, que necesita interactuar con el mundo para sobrevivir, desprecia esta idea como una de esas tantas curiosas paradojas que la realidad desmiente sólo con ser como es.
Pero no. Hay en nosotros al menos dos razones. Una es animal (es como la de los animales) y permite la interacción con el mundo, mientras que la otra desmiente a la primera y de creerle, moriríamos yaciendo en posición fetal, con los ojos durísimos.
Si existe el infinito hacia adentro, los límites entre las cosas entre sí y los seres entre sí, y de cosas y seres entre sí, son más que nada inventos de nuestra razón primitiva para conseguir cobijo, alimento y sexo, pero se equivoca fundamentalmente con respecto a su interpretación de la realidad.