Por los caminos de Tebas proponía la Esfinge su acertijo mortal, hasta que Edipo la venció. El mito de la Esfinge tebana me permite sintetizar algunas ideas particularmente profundas respecto a YouTube. Tomaré como un supuesto importante la de que nada es más importante para nosotros, como capital, que el tiempo de vida y que en su inversión, su uso estratégico, nos revelamos ante los demás mostrando qué somos y qué queremos ser.
Miremos a esa monstruosa y pelilarga bestia de varias partes animales hecha como si se tratase de un collage absurdo, soñado por un retrasado mental con fiebre. Luego, fijémonos en YouTube, una plataforma a través de la cual se comparten desde el año 2005 productos audiovisuales de muy variadas fuentes y características. Estamos entonces ante el primer elemento que servirá para construir nuestra analogía: la heterogeneidad monstruosa. Esta convivencia atroz de rasgos disímiles en la Esfinge tiene su paralelo en la reunión de productos desiguales en YouTube. Y al igual que lo hacía el monstruo de la Antigüedad, la nueva Esfinge propone, obstinada, su fatal acertijo.
Ciertamente usted no se habrá enterado pero ha sido interrogado una y otra vez. Y ha respondido. De hecho, es interrogado por la Esfinge al consumir productos audiovisuales en el formato que sea; y también, claro está, cada vez que decide compartir contenidos con otras personas. Y ese enigma al que queda expuesto inmediatamente, que encierra también al acertijo profundo de YouTube, puede reducirse a una pregunta mínima: ¿quién es usted?
La contundencia de esas palabras es de una dimensión tan monstruosa que hace que la razón trastabille. ¿Es posible una pregunta como esa?
La vida también nos lo pregunta todos los días y todos los días elegimos qué responder. Lo que no invalida la analogía de la Esfinge, que me parece muy bonita.
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Tener pocas posibilidades, pocos medios para actuar en el mundo, suele volvernos más creativos. Tener muchísimos nos interroga acerca de nuestra identidad, puesto que no tuvimos ni coacción ni limitantes al momento de elegir. Nuestras decisiones nos mostrarán a los demás: “hizo X porque le pareció mejor que hacer Y”. Por lo tanto, dirán también: “hizo X porque creyó que alguien debía invertir recursos en eso”, “le parece importante hacer X, evidentemente” o “creyó que mucha gente vería X y su objetivo es que mucha gente vea o lea su contenido porque quiere dinero, quiere fama, quiere sexo, quiere hacerle un bien al mundo, porque cree que su contenido hace un bien al mundo porque...”
La analogía no solamente abarca a los creadores de contenidos sino también a los consumidores. Sólo hay que cambiar algunas palabras en los enunciados: “miró X porque creyó que valía la pena invertir recursos (como el tiempo) en eso”; “le parece importante mirar X”; “creyó que como mucha gente vería X, él también tenía que verlo porque...”
Cuando alguien (y no sé con exactitud a quién me refiero) decide que me interese una ficción, un deporte, una situación política, social; cuando acepto que debo tener un interés, acepto que me roben. Es la desidia fundamental por uno mismo, la indulgencia hacia la falta de respeto cotidiana. Los intereses suelen ser implantados por un procedimiento sencillo de reiteración propagandística, de insistencia robótica. No sabíamos que nos importaba algo, ahora lo sabemos y resulta que no nos percatamos de que una mano imaginaria entró en nuestras vidas y se llevó lo más valioso que teníamos: tiempo. Tiempo presente o futuro. No importa. Ahora resulta que lo que teníamos, lo único que era realmente nuestro, ya no nos pertenece.
Ya no nos pertenecemos. Somos espectros perdidos en la mediocridad y la tontería de la humanidad ambiente.